miércoles, enero 17, 2007

We forgot the names we used to know.

Hace un tiempo estábamos durmiéndonos en un sofá. Hacía frío y nos tapábamos con la colcha de los trotamúsicos. Hacía frío y tú leías a mi Irene Nemirovsky. Hacía frío, pero estábamos juntos.

Hace una semana te envié un email. Lloraba y pensaba que lo leerías en un tiempo. Compré un gafapastísimo moleskine y empecé a transcribir los emails que durante un tiempo no podrías contestar. Escribí cuatro páginas y pensé que todo era precioso, que todo triste pero sería poético y limitado. Dibujé y te quise en las finas hojas de poeta venido a menos, te utilicé para superar la camilla y los sueros, y te guardé para darte.

Aún tienes arañazos míos, aunque ahora ya no pueda ni quiera verlos. Ahora no quiero verlos. Ahora quiero arañarte de nuevo para siempre. Algo se ha parado. Dentro de un tiempo tú serás más joven que yo, porque nunca habrás visto los años pasar. Dentro de un tiempo serás un recuerdo que no mereces ser. No quiero que seas un recuerdo. No quiero olvidar que lloro porque tú no estás, que lloro porque soy egoísta y te he querido, aunque haya sido poco tiempo. No quiero olvidar tu voz, tu sonrisa y tu olor. No quiero reír sino taparme la boca, no quiero callarme sino hablar contigo. Quiero decirte "te quiero", y al repetirlo darme cuenta de que realmente te quiero. Quiero que trabalengüemos te quieros, que me digas que todo está muy bien así. Quiero que hagas planes de futuro, que tengas un piso pero nunca madures, que seas siempre tú pero con otras. Quiero que me dejes, que me hagas llorar por tu ego que no es tanto como el mío. Quiero que llames Dante a tu hijo, o yo tendré que hacerlo entonces. Quiero que vayamos a comprar libros. Quiero que me lleves la contraria y tengas razón. Quiero que nos riamos de la gente. Que finjas ser fascista cuando eres lo más apolítico que he conocido. Quiero que me beses. Quiero que tires las cosas y me digas que tú no las tiras nunca. Quiero oirte reír. Quiero emborracharme contigo, porque no hay nadie mejor que tú para emborracharse. Quiero follar contigo, porque no hay nadie mejor para follar que tú. Quiero que me abraces hasta que mis huesos crujan, y que entonces yo aúlle un poco y patalee, y luego te bese y podamos comer galletas estrelladas. Quiero que te duermas en mi felpudo y te encuentre allí a la mañana siguiente. Quiero que pierdas el tiempo y luego me pidas perdón.

No quiero vivir un año de ojalases. No quiero levantarme cansada, sino con heridas desconocidas que luego resultan ser tuyas. No quiero recordarte, sino planearte. Quiero hartarme de ti y mandarte muy lejos. Quiero esperar a que te duermas para irme a otra cama, y despertarme sin embargo con la espalda esperada tras la mía.

Esto no me aporta nada sino mierda. Esto no me hace más fuerte, sino más débil y cobarde ante experiencias similares. Esto no hace sino que me calle, que llore y que maldiga las pantomimas católicas que hurgan en heridas. No quiero escuchar discursos pagados sobre cuerpos inertes, sino saludos cantarines y abrazos largos. Me siento vieja y débil, y demasiado joven y estúpidamente fuerte. Me siento ajena a todo lo demás. Me siento anacrónica. Me siento distanciada de tus amigos, pues para mí ni siquiera ha terminado una etapa.

Todo esto va a pasar. Llegará un día en que hable de ti sin llorar, y que no escuche tu voz, sino que tenga que imaginarte. Pero no quiero que llegue. Odio la condición humana de olvido, pero la necesito.
No quiero que seas un comentario en un blog desconocido. Quiero que seas siempre tú, y yo, y todo lo demás. Copulativo o disyuntivo. Pero siempre ser.

"Pero no puede decirse —o quizá sí- que hayamos malgastado cada minuto y cada zozobra y cada esfuerzo, por el mero hecho de que se disipen en la memoria. Porque no somos sólo memoria, en contra de lo que se cree. Somos sobre todo espera y acción, esperanza y decisión".

miércoles, noviembre 29, 2006

Je serai Claudine et toi, tu seras Renaud.

He visto cómo le hacías ojitos a otra. Recuerda, fue a mi a quien dijiste lo bien que lo había hecho.

"Lo has hecho muy bien". Yo sonreí -no demasiado convencida-, más por deferencia al cumplido profesoril que por convencimiento orgulloso. Pero, ah, ah. De repente aclaraste, repetiste: "no, en serio, lo has hecho muy bien". Y entonces tuve que reír de estúpida felicidad.

¡Qué felicidad! ¡Lo he hecho muy bien en serio!

Aquel día fantaseé con aquel atisbo de piececitos entre controversias políticas y el uso de fuerza armada estadounidense. Soñé con más tareas de lenguaje convenido, con más textos agradecidamente soporíferos, contigo, con usted siempre deslizándose tan grácilmente entre erres gorjeadas y finales nasales. Soñé con más tareas y traducciones, más clases perdidas al frente, sentada en el mullido asiento predilecto, el micrófono en mano y los pies debajo, con atisbos de roces. ¡Ay, ay! ¡Qué fantasías más colegiales!

Pero nunca volvieron esas prácticas. ¿Creyó usted que realmente me interesaban las infernales jornadas de lecciones? ¿Que mi interés por Naciones Unidas iba unido a mi potencial carrera de genios? ¡Nada más lejos de la realidad! ¡Y qué tristeza para mí fracasar en mi intento de interés! Pues cada vez que abres la boca y sueltas los sapos y culebras derechiles, cada vez que manchas el inmaculado -y siempre estiloso, siempre señorial, siempre perfecto- atuendo con el cerco de saliva Internacional, no puedo sino cerrar los ojos. ¡Ay, ay! ¡Qué fracaso el mío, ser sórdida bebedora y no ambiciosa triunfadora! ¡Qué fracaso el mío, dedicarme a novelas y no a Cartas de Naciones!

Querido Profesor Amado: si tú quisieras, yo desbancaría a esa mujerzuela que comparte cama contigo. Yo haría de tripas corazón y escucharía tus disertaciones de cátedra menor, tus discursos seseantes. ¡Pero también acudiría gustosa a tus brazos! Incluso tus posturas de descanso son señoriales. ¿Cómo no dejar que me eches el humo encima?

Pero cada vez que me miras me ves bostezando: comprendo que dediques tus ojitos a otros más interesados en la asignatura. ¡Ay, ay! ¡Qué tristeza denostar a todo el gremio profesoril, y beber los vientos por un perpetrador de tiempo discursil!

martes, octubre 24, 2006

¡Castañas calentitas!

Sigue lloviendo a intervalos, y mientras Juan pule el granito del portal a base de escobazos, yo solamente puedo pensar en una cosa: ¡Castañas calentitas! ¡Castañas calentitas! ¡Qué ilusión volver a ver el descolocado puesto de castañas! ¿Qué importa la lluvia si se puede parar el coche y comprar un pequeño cono con castañas?

Cuando era pequeña y llovía los domingos, cuando se encendía la iluminación navideña, ¡entonces compraba castañas! Siempre me dio un poco de pena la vieja vendedora de castañas, con las manos llenas de ceniza y la cara arrugada, aguantando el vapor del quemadero y doblando cartones sin parar. Aun así, el ritual era el mismo que sigo ahora. ¡Comprar, comprar! ¡Quema, quema! ¡Tirar una, dos, tres! ¡Comer una, dos, tres! ¡Tirar, tirar, tirar!
Y así se me ennegrecían las manos también, de la misma forma que a la achaparrada vieja de atuendo de aldeana portuguesa, pero más feliz y siempre satisfecha tras despellejar las castañas y decorar la acera con las cáscaras.

Otras veces calentaba castañas en casa, sustituyendo el exquisito olor de la madera quemada por el sucedáneo humo del microondas. No es lo mismo, claro. Acababa dejándome las uñas en el intento de despojar a la silbante castaña de la piel imposible de sacar. Pero olía, al fin y al cabo, a castañas calentitas. A veces me veía obligada a tirarlas por el balcón, invitando a los transeúntes a odiar las imposibles castañas a medio desnudar.

Ahora ya no hay ninguna vieja cerca de mi casa a la que comprarle castañas. La extrañamente rapidísima perolista de castañas debió de volverse a Faro hace ya años. Desgraciadamente, los puestos de bufandas del Che, de banderolas jamaicanas y uniformes comeflores de rayas multicolores, siguen en el paseo. Y además con techado por cortesía del ayuntamiento. Dudo que a la vieja le hubieran regalado un puestecillo.

lunes, octubre 23, 2006

Gente en el país de las comidas felices.

Iban de la mano y llevaban McConos en las palmas libres de apretujones cariñosos. Han estado calentádose las falanges distales -éstas vivas, otras antes muertas en dispositivas baratas- y lamiendo barquillos à la mode. Ella ha admirado las pulseras de él durante largo rato, casi lamiendo lo que yo creía que eran cicatrices. Él miraba embelesado los ojos engafados de ella y el deje casual de la melena negra sobre su brazo. Yo he esturreado tomate en el culo de una cerveza y me he sentido extraña.

jueves, octubre 19, 2006

Si hubiera terminado el bachiller.

Hoy llovía y él miraba la caer lluvia de una forma estúpidamente misteriosa. Ignoro su nombre, pero apuesto sin demasiado temor a equivocarme que, al igual que los demás porteros que han pasado por el bloque, el artista del mono azul se llama Juan.

Hay camareras que creen ser escritoras, y creen conocer a sus clientes según los posos dejados tras la segunda ronda de café. Pasean las bandejas con una sonrisa y se crecen en la ilusión de ser investigadoras con un delantal manchado que hace las veces de uniforme de paisano. Luego llegan a casa y, por suerte, nunca llegan a escribir los novelones Barbara Woodescos.

Juan nunca quiso ser escritor. Los lunes, noches tempranas a las siete de la mañana, Juan barre los envoltorios de sobaos pasiegos que algún gracioso se dedicó a tirar la tarde anterior. Luego friega el portal, y es entonces cuando me lo cruzo. "Buenos días". "Buenos días". Cuando termina de fregar, riega el patio; intercala manguerazos con charlas de tiempo y cartas que no llegan, de quejas y de ánimos o historias familiares. Sale a barrer la acera un poco, a ver cómo abren los comercios y comienza a formarse barullo, a ver pasar coches y saludar a los de siempre. Y mira las placas de la puerta, y las limpia a veces. Otras veces se sienta en su despachillo a descansar un rato, y es entonces cuando debe de pensar lo bien que estaría en aquel momento rajando gente bajo sábanas verdes.

"Verá usted, don José. Yo me he dado cuenta con las series estas de la tele, las de los médicos que tanto ponen ahora. Es que mi vocación era ser médico, como usted... pero claro, las cosas de la vida, cuando uno es chico se pone a trabajar, y claro. No es que yo me queje, pero pienso yo a veces, sobre todo ahora con las series de la tele, ¡si hubierta terminado el bachiller! Ahora me arrepiento, claro. Yo es que veo a los médicos esos, como el doctor Jaus, y recuerdo aquellos tiempos".

Don José se siente tentado de cederle el pijamilla hospitalesco y quedarse él regando patios, mirando placas y hablando con los de siempre durante una mañana; y recuerda la de vocaciones que han surgido en estos últimos años entre estudiantes, amas de casa, camareros, abogados o maestros; los monólogos de arrepentimientos tardíos y las reiteraciones de "ays don José verá usted qué envidia" que aguanta todos los días.

martes, agosto 01, 2006

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He recogido los frutos de mi esfuerzo: ahora tengo el cuarto lleno de folios que por fin no deben ser leídos, y la tinta de los cartuchos se ha evaporado de tanto ignorarlos. Mi cesta no tiene pepinos totorianos y aún menos humeantes boniatos invernales, sino que el mimbre entrelazado es metal para mí y la papelera rebosa fotocopias atrasadas. ¡Morid, morid ahogadas entre latas de cerveza!

Todo da tanta pereza que el solo hecho de plantearme transbordos aero-ferrocarrilísticos me hace bostezar.

Los concejales se frotan las manos sudando las palmas en mitad de las calles; ahora todo vuelve a estar lleno de taladradoras y bulldozers. El verano es la época de las demoliciones carreteriles, de las nuevas pero igualmente chapuceras solerías, de las lentísimas revisiones de alcantarillado. El verano es la época de los arreglos de estar por casa. Cuando llegue el invierno me preguntaré, mientras me cale los zapatos por cortesía de los desniveles de las nuevas losetas, si tal vez los impuestos no fueron a parar por equivocación a los parterres de flores de pascua navideños.
Sin embargo, hoy el polvo de las obras regalaba a la calle una mariasescamente prodigiosa luz matinal, una extraña neblina surgida a treinta y seis grados. Aún no comprendo cómo se indigna la gente por la gañana libertad de Sandokán. Aunque incite a la ilegalidad, este dechado de popularidad amarilla me encanta. Bien dijo un sabio pueblerino: "el que parte el bacalao es ese Sandokán de Córdoba". Tal vez ganemos la candidatura cultureta gracias a sus discursos televisivos.

Mis preocupaciones estivales se centran en compras por internet y visitas libreras perezosas, en arena demasiado pegajosa o bebidas molestamente calientes.

Mi madre se preocupa porque quiere que tome el sol como una señorita bien. La Bayeta se preocupa porque siente que pierde el tiempo en un trabajo inútil. Yo me preocupo porque tal vez estoy haciendo mal negocio al intentar aprender japonés y no árabe.

Todo el mundo saca partido sangriento de las religiones, las que nunca salvan vidas ni almas ni bienes, sino que propician sangre y conflictos, extremismo y aburrimiento, pero merchandising.

Al menos dejadme que a falta de merchandising adorablemente fascistoide, sueñe con sacar provecho. Como todo el mundo.

lunes, junio 12, 2006

Give them something to die for.

Él entró allí por casualidad. Lucía una camisa a rayas deslucida, despegada pero con cierto brillo hortera de lycra que no terminaba de encajar. Seguramente pasó horas pensando qué ponerse para dar la impresión de una desentendida informalidad, aunque él jamás aceptaría haber hecho tal cosa. ¡Ja! ¿Haberme acicalado para venir a este antro? ¿Acaso creéis que soy un perdedor?

Él entró por casualidad, como todos los fines de semana. Obligaba a su mirada a expresar resignación mientras iba a pedir una copa. Mientras pagaba, su acólito, forma de carne rellena, bailoteaba echándole un ojo a las féminas del lugar. Ya con la bebida brillante en la mano -ginebra ("mucha, medida española"), apostaría yo- se dirigían hacia un centro de reunión femenino, apartados tácticamente del grupo pero siguiéndolo desde la columna.

Él tiene aspecto de escritor fracasado, de pseudo poeta venido a menos. Estirado en sus posturas, de espaldas a su objetivo de la noche, se atusa el peinado italo-americano. Se mesa la barba mientras su amigo de múltiples redondeces le describe a las apetecibles que bailan a sus espaldas. Da un trago y mira de reojo. Luego se vuelve y balancea la cabeza sonriendo. Ju, ju, ju. ¿Acaso se creen que me interesan sus bailes provocadores? Por nada del mundo me acercaría a esas ignorantes. ¿Qué piensan, que no me he dado cuenta de que hablan de mí?

Su acólito le da la razón, saltando con sus cortas piernecillas de perdedor.

El grupo de chicas se ha desplazado unos cuantos metros, de paso en paso, de canción en canción, de risa en risa. Él y su gordo compañero las siguen. De espaldas a ellas, que continúan ajenas a ellos.

¡Ja! ¡Serán estúpidas! ¡Y encima se reirán de mí diciendo que soy un macarroni! ¿Acaso se creen mejores que yo? ¡Ellas no saben quién soy yo! ¡Yo soy Arturo Bandini, el autor de El perrito que reía! ¡Deberían estar dando saltos de alegría! ¡Yo soy quien os desprecia, ju ju ju!

Un nuevo grupo de chicas se abre paso entre la gente, rozando presionadamente el torso de Arturo Bandini. El bailongo amigo mira entetenido mientras Arturo se estira aún más pegándose a la columna, ladeando la cabeza y levantando mucho el cuello, despreciando mirar a la carne que tanto lleva buscando de espaldas. Cuando el grupo haya pasado podrá relajarse y mirar durante unos cuantos segundos los traseros que tanto le han molestado, sonriendo para más tarde criticar el obvio interés que tenían en frotarse contra él. ¿Es que no pueden pasar por otra parte? ¿No ven que no quiero nada con ellas? ¡Jamás me acercaría a una ramera como esa borracha de la camiseta levantada! ¿Es que no sabe vestirse? ¿Acaso cree que ese vientre le llama a alguien la atención? ¡Está muy equivocada!

El amigo zampabollos se anima cada vez más. Ya llevan más de cuatro copas y Arturo no puede dejar de pensar cuánto se está divirtiendo. Aquella de allí me está mirando descaradamente, ¡pues la lleva clara si cree que voy a acercarme! Antes he visto cómo se reía de mi pelo, ¡como si yo fuera un macarroni grasiento! ¡No busques ahora el triunfo, desgraciada! Podrás empeñarte todo lo que quieras, pero ¿rebajarme yo, Arturo Bandini, a hablar con una mugrienta pecadora como tú? ¡Más quisieras!

Arturo sonríe y asiente, le da otro trago a su copa e intercambia impresiones con su eterno acompañante. Él tiene orgullo y aspiraciones, no como esa mediocre masa. ¡Ja!

Arturo Bandini existe, lo admiro y lo amo.

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