miércoles, octubre 05, 2005

Dos minutos de odio.

Yo puedo admitir libremente que disfruto cenando con los documentales del Discovery Channel, que adoro ver cómo el afilador de cuchillos gallego mima cada lengua de acero que por sus rodillos pasa. No tengo reparo en decir que me gusta la programación de La 2 y que incluso Estravagario veo. Que las tiendas de telas y los Chinos todo a sesenta céntimos se merecen un altar. No me importa gritar mi pasión tanto por los anuncios de la teletienda como por Pier Paolo Pasolini. No me resulta problema alguno admitir mi devoción por el alcohol y mi amor hacia los escritores borrachos, que acaso son pocos. Que me atraen las barbas, las pipas, los sombreros y los tíos raros con barba, pipa y sombrero. Tranquilamente revelo que odio las discotecas porque me veo obligada a inventarme los estribillos de las canciones. Que lo que me gusta es pseudo-bailar Franz Ferdinand o los Smiths con la cabeza. Puedo escribir una y otra vez que me siento inmensamente imbécil intentando entablar conversaciones sobre el insoportable calor que hace y las horas de clase, sobre los horarios de trenes regionales y la rapidísima toma de apuntes. Que prefiero callar y hablarle a mi cerebro, con el que las conversaciones son cada vez más simples, pero desgraciadamente más fructíferas. Que lo más interesante hasta ahora ha sido ver camisetas negras de refilón y a una tía leyendo una novela en el patio. Pues qué desilusión de crítica.
No me callo, sino que admito lo jodido que parece todo pero lo estúpido que comprendo veré esto retrospectivamente.

Y no me gusta que me intenten adivinar cuando ya no me conocen. Y sé que ahora no soy yo sino una escisión de lo que hasta ahora he sido. Lo mismo dejo de adorar los cuchillos chinos de dos euros. Y no me pidas que me arrepienta de cosas de las que me siento orgullosa, de una vida que ni siquiera he empezado. Y ni se te ocurra decirme que ha sido todo una pérdida de tiempo, porque aun si volviera a tener elección sería la misma.

Este espacio se ha convertido en mi rato de odio, y ahora todo me parece Eurasia. Aún me queda papel, pero el teclado está más cerca. De aquí a Corín Tellado, un paso.



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