miércoles, noviembre 16, 2005

Más nihilismo, cinismo, sarcasmo y orgasmo.

Yo fui una de aquellas crueldades encerradas en carne sonrosada que negó el nacimiento de una nueva vida. Aún recuerdo el día en que mi madre, planteándose últimos arriesgos antes de convertirse en un riesgo para los nervios del ginecólogo, me preguntó inocentemente si no me haría ilusión tener un hermano.

Obviamente, le dije que no.

Ahora hay quien disfruta poniendo etiqueta a las cosas. Algunos te gritan cosas como "¡capitalista!", otros te apedrean la cara lanzándote el más injusto "¡materialista!"; aunque todos sabemos que se trata de puro y simple realismo. A otro desgraciado quisiera haber visto yo en mi lugar echando por la borda tantos años de atenciones progenitoras. A otro miserable quisiera haber visto yo suplicando por más dinero para cartas pokémon, por un pañal limpio a mano. Quién me diría entonces que aquéllos que no compredieron mi punto de vista sufrieron lo que deberían haber sido años de empacho vía huevos kinder y caramelos schokobons paseando carritos y gastando su pubertad como trasero de azote de los delirios de una madre en vías de desheredación filial. A todos vosotros que me mirasteis con incomprensión os dedico mis más sinceras carcajadas malignas: ¡muajajaja!

Yo fui una de aquellas crueldades encerradas en patético y frío chándal de colegio de curas que escupió tranquilamente su apoyo al aborto. Aún recuerdo el día en que el tutor rollo-tío-macanudo empezó con las charlas sobre consoladores. Aquellas tutorías tan productivas terminaron derivando en un monólogo sobre su triste vida conyugal. Años más tarde tuvimos el honor de desarrollar un trabajo religioso sobre el aborto. Mi grupo mostró unas preciosas fotografías con fetos abandonados haciendo las delicias de los basureros nocturnos.

Obviamente, no sacamos sobresaliente.

Algunos te desean una muerte próxima, otros te cambian lo rojizo y palpitante del corazón por negro plástico quemado; aunque todos sabemos que no se puede generalizar sobre algo tan particularmente causal. A cualquier agraviado cura quisiera haber visto yo sufriendo de primera mano los dilemas ajenos que tan poco tardan en resolver. A cualquier recaudador de almas monederas quisiera haber visto yo suplicando piedad papal. Pero ése es otro tema.

Existe un hombre que está por encima de toda moralidad. Un hombre que no tiene reparo en limitar su vida a cuatro pilares fundamentales e indiscutibles. Hay un hombre que no duda en acudir a agencias de adopción para apañarse novias orientales de joven y tersa piel.
Yo siempre he sido admiradora de los surcos de edad de Woody Allen. Aun cuando su dirección cayó en picado, adaptando papeles a sus arrugas de conquistador tartamudo, yo seguí pagando sus viajes por Europa. Pero una y otra vez lo vuelve a hacer. Alguien capaz de reinventarse y restregarle a Rodion que existe crimen sin castigo merece mi más que beneplácito. Oh, gran dios de la inmoralidad social, tú que vives y rodas por los siglos de los siglos, gracias por tus enseñanzas.



Para lo único que me sirvieron a mí todas las clases de Religión de años escolares fue para tener anécdotas a diestro y siniestro. Una utilidad mucho más productiva socialmente que cualquier otra, aunque ya se sabe que no se debe hablar de ciertos temas con desconocidos. Un chasco de utilidad, empiezo a darme cuenta.
Las hombreras fueron el castigo divino, seguramente, aunque mucho más grotescas son las fotografías de comunión made in estudio profesional, con columnas, mar y puestas de sol de fondo. Yo las he visto y dan miedo, de eso me libré y aún no sé cómo.
Yo tuve la suerte de no vivir los años de hombreras, solamente en hombros maternales ajenos que pavor daba ver a lo lejos...

Tienes razón, las clases de ética fueron un clásico en toda vida estudiantil. Qué horas de bocadillos de salami pre-recreo y descojone gratuito vía calva frailera del mandado que nos intentaba culturizar...

Saludos y recuerdos varios. Que qué bonita es tu ciudad, Judía.  


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