lunes, noviembre 21, 2005

¡Qué verde era mi chaqueta!

Debo admitir, extrañada mía, que la misma mañana siguiente a tu pérdida descubrí con pavor cómo te habían agotado en la tienda. Nos conocíamos desde hacía poco tiempo, pero el cariño que llegué a tenerte no contempla límites. Echo de menos tus bolsillos inservibles, tu algodoncillo barato, tu hechura cuasi perfecta.
¿Qué haré yo sin tus dulces puños acariciando mis muñecas?
¡Oh excelsa tela! ¡Oh botones latonados! ¡Qué desgracia de borracha la mía, haberte perdido de tan estúpida forma!

Esta mañana rondé buscando sustituta. Admito que cualquiera otra haría tus veces con creces, pero el recuerdo de tu verdoso color me tiene trastocada. ¡Llevabas una chapa de Candy Candy! ¿Quién puede competir contra eso? ¡Ni siquiera la chaqueta militar que encontré en Blanco! ¡Prometo no comprarla!
Sí, sé lo que estás pensando. Que no la compraré porque ahora mismo estoy tristemente paupérrima. Cierto. Pero aun si tuviera dinero su color no tiene color con el tuyo. Tan extrañamente mona eras que hasta aquel recién conocido heavy apodado Cuervo quiso acariciarte, probarte. El muy cerdo casi te arranca de mis brazos, ya sé cómo sufriste; aunque tú también sabías cómo eran esos aporreaguitarras. No deberías haberle hecho ojitos con tus lindos, lindos ojales ribeteados.

¿Pero dónde te caiste? ¿Por qué no logro acordarme?
Calla, maldita. Tú también habrías cedido al influjo del alcohol. Y sabes que no sólo es culpa mía, tus nada voluptuosas pero curiosamente llamativas formas debieron resplandecer bajo la matadora luz violeta. Y algún indeseable te cogió, te apartó de mis endebles brazos para colocársete. Un momento. ¿A qué indeseable le cabes? ¡Sólo mía eres!

Indeseable borracho desconocido, ladrón de móviles y chaquetas: me la pagarás con creces. El día menos pensado amanecerás desnudo.



Publicar un comentario
Powered for Blogger by Blogger Templates