jueves, diciembre 08, 2005

Nuestros maravillosos aliados.

Las moscas se reúnen alrededor de la bombilla en la víspera del invierno. Van a la bombilla, se chocan contra el bulbo ardiente y deciden huir al otro lado de la habitación. Tras chocar contra la pared contraria parecen haber olvidado la quemazón de la luz, y estupidizadas vuelven a la bombilla.

Llevan así media hora. Una se ha quedado acorralada entre las placas de la torre del ordenador, creo. Espero que eso que oigo sea un agónico batir de alas.

Nunca he conocido insecto más coñazo que una mosca. Entran sin ser invitadas en las casas ajenas. Te interrumpen la siesta, sagrado placer terrenal, con sus asquerosos vuelos expeditivos hacia el calor de la casa que nunca tendrán. Se reproducen sin pudor, ovulando sin parar abortos de seres vivos. Se chocan contra tus más limpias que ellas paredes. Paladean tus sabrosas comidas. Se posan en tu cerveza. Se regodean en su triunfo volviendo una y otra vez sobre lo mismo.
Y, cuando llega el verano, allí están de nuevo ellas, jodiendo las comidas perolísticas. Siempre tienen algo que decir con sus patéticos ademanes limpia-bocas. Con esas falsas manos pegadas al chupóptero bozal. Con esas bolas secas que hacen las veces de ojos miopes. Siempre desgraciando el ambiente, las moscas.

Últimamente me tomo la vida demasiado a la ligera. O es que nunca debí tomarmela en serio. O es que nada.

¿Hay aparato más estúpido que un matamoscas? Una varilla de plástico con su troquelado a conjunto. ¿Hay algo más estúpido que perseguir moscas con un matamoscas?
Benditos sean los insecticidas en espray.

Hace poco encontré unas alas de disfraz en unos chinos. Mis excursiones por fin dan su fruto. Pero, ¿quién se pone unas alas por la calle? ¿Y rebarjarse a ser comparado con la más denostable mosca? ¿Un insecto que dio lugar al instrumento más inútil de la historia? ¿Y si me despierto habiendo mutado a mosca? ¿Gregoria me llamarán?

El otro día coincidí con Andrés en el ascensor. Su aroma a vino barato me persiguió durante todo el día. Mi bayeta quiso adentrarse en los cenagosos terrenos vinícolo-whiskenses del Hotel Cisne, paraíso de los borrachos de mi barrio. Aun siendo yo amante de toda sordidez, tal nivel sobrepasaba mi en tal caso experiencia amateur. La disuadí de arrastrarse hasta aquellas banquetas descueradas. Hice bien, habiendo visto más tarde al bueno de Andrés a las doce de la mañana, polucionando con tabaco negro el portal.

A Andrés le perseguían las moscas en el ascensor. Un día de estos le dejaré un insecticida en la esquina del portal.





Aún no me he comprado las alas, pero he apañado un brillante y purpurinístico adorno navideño en forma de estrella guiadora de reyes magos. Lo que hace el tiempo libre, jodía, es duro para la economía. Y rima y todo.

Lo de las moscas va a peor. En la cafetería de la facultad tienen reservadas las únicas mesas soleadas, con lo que los desgraciados que allí tragamos sin rechistar aceiteros bocatas tenemos que jodernos e irnos a las frías y lúgubres demás mesas.

"No será para tanto, no será para tanto". Bueno, no, no es para tanto. Pero, ¿y lo que se disfruta quejándose?

Saludos y achuchones y demás cursilerías incitadas por las luces navideñas. El suelo se me ha llenado de la barata purpurina de los chinos, qué mierda.  


Vengo corriendo a narrarle que me he comprado de los bienamados chinos unos cuernecicos de reno por 0'75€ que van a ser la delicia de la gente de mi oficina. Los unos por las risas, los otros por los chistes fáciles del Cornuda, fle, Cornuda. Cornuda y Jodía, quién da más!
Pero no importa. Mis cuernirenos son lo más. Lo más.
Y además, súmele unos pendientes que son bolas navideñas y que se iluminan. He comprado otro para los miles de millones de jodidos amigos invisibles. Voy a triunfar como la coca en chirona, digooo, la coca(cola) en verano.
Eso.

Feliz y laaaaaaaaaarga navidad.  


¡Finalmente has sido encandilada por las luces y luces baratas y de pésima calidad de los chinos! ¡Ajá, ya sabía yo que todo el mundo caería rendido a los pies de tan insignes vendedores inmigrantes!
Los cuernirenos son lo más, yo también quiero unos. Si te llaman cornuda y hacen chistes se debe solamente a la envidia podrida que tienen tus compis de oficina.
Y respecto a los pendientes-bolas-navideñas-iluminadas... qué decir, si todo viene implícito en el nombre. ¡Envidia, envidia, envidia tengo!  


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