martes, junio 07, 2005

Eh, tú, publicista de pacotilla.

Siente el sudor deslizándosete por tu espalda mientras los demás ignoran los panfletos que tu floja mano peluda intenta endosar a diestro y siniestro. El papel que me has dado está tan sudado como tu frente, pero a nadie le importa. Estamos a menos de dos metros de una papelera.
La primavera apenas duró una semana, tal vez más que otros años, o puede que mi memoria siga tan terca como siempre. Ahora el hombre enfundado en cartón publicitario deberá lidiar con la ausencia de viento mediterráneo. Debo decirte, admirado trabajador, que la poca agua del río no hará las veces de equilibrador climático. Tu inmenso rótulo amarillo de compra-venta me ha distraido de mirarte a la cara. Y tengo que admitirlo: prefiero abstenerme. Tu trabajo anacrónico ya me dice bastante de ti. Sé que cuando dejas el tocho de fotocopias en la invisible tienda donde te regalaron el desgraciado puesto sales a secuestrar colegialas. Lo sé, lo leí en los surcos de sudor del panfleto. Sí, yo leo todo lo que cae en mis manos, hasta los brillantes impresos de los mormones.
Te ha tocado la acera sin sombra, pero pareces ser un tipo duro. Podrías haber sido un temerario y haber cruzado hasta resguardarte en el escaparate de enfrente, pero no seré yo quien te anime a ser despedido. Aún así, borrachuzo empedernido, ten por seguro que no me olvidaré de tus sucias maneras. Poco me importa que por las noches salgas embozado a perseguir ancianas, que antes de que los panaderos despierten estés pervirtiendo los sueños de las sonrosadas colegialas, que al quisquero le birles pipas y tabaco en abundancia. Me importa una mierda que asesinaras al carnicero por una deuda de mus. Como si quieres seguir descuartizando perros abandonados. Pero borrachuzo trasnochador, ten por seguro que no permitiré una chuleria tal como la de hoy. Atrévete a dedicarme una tos ensalivada más y despídete de tu familia.



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